Sin fe se puede perder una batalla que parecía ganada...

La tarde que el abuelo murió llovía

3 feb 2009
La tarde que el abuelo murió llovía.

I
Llovía a cántaros, seguro el cielo estaba triste, eso decía mi abuela, mi abuela… que seguro en el cielo recibe a mi abuelo, no se si con gusto o no. Yo siempre creí que los abuelos se amaban, que gracias a su amor yo pude existir.

Un día descubrí que no era cierto, que cada familia tiene una historia. Incluso a veces nadie planea que exista. Pero lo que hacemos o dejamos de hacer en la juventud marca a las generaciones que vendrán después.

Un par de años antes de morir, mi abuelo ya no caminaba, no quería comer, no escuchaba, lloraba por todo, decía que se sentía “solo como perro de la calle”.

Algunos días estaba de buenas, sonreía cuando llegaban los nietos de visita, entonces empezaba a contar historias de la vez que mató al buey, cuando chocó y casi se muere, de su trabajo en el campo, de su vida en Chicago, del México de antes, de su primer carro, del día que enseñó a nadar a sus hijos… y en esa historia repetía con voz de sargento: “¿cómo se aprende a nadar?: nadando”.

Uno de esos días, estaba mi tía Rosario con él y empezó a llorar, a decir que él no debía estar ahí. Entonces sacó de su cartera vieja y jodida un papelito, casi de color amarillo, estaba bien doblado, guardado en el lugar más recóndito de la billetera, que de billetes no tenía ni el olor.

Lo desdobló cuidadosamente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, Rosario entonces leyó “Margarita Ruiz 16 25 41”, ese era el nombre y el número de teléfono de la mujer que su padre realmente había amado.


II

Margarita vivía en la misma cuadra que yo, íbamos juntos a misa los domingos, su papá me dejaba verla cada tercer día en la reja.

Ella tenía los ojos cafés, la mirada coqueta, el pelo chino, unas manos suavecitas, unos labios delgados, la nariz pequeña, era alta, delgada, hermosa. Desde hace 4 meses la había pedido, nos íbamos a casar para mayo, cuando su padrino regresara del norte.

Sus ojos negros, negros como la noche, su mirada profunda, intensa, su carácter fuerte y firme, su piel morena, su cabello largo y negro como sus ojos me capturaron cuando la vi caminando por la plaza.

Delfina vivía cerca de mi trabajo, en la capital la vi un par de veces y me enloqueció, era mujer de una sola pieza, era magnífica, intensa, trabajadora, fuerte y valiente.

Ella vivía con su madre, una anciana que zurcía, Doña Dolores contaba que cuando Delfina nació era tan pequeña que cabía en una caja de zapatos, creyó que iba a morir, igual que sus 3 hijos anteriores. Pero Delfina era diferente, nació pequeña, de hecho nunca creció más que un metro con sesenta, las fuerzas de su corazón y sus ganas de vivir hicieron de ella una mujer invencible.

La ayudé a llevar las bolsas del mandado a su casa, después de eso la visité varias veces, su madre me dejaba entrar, hasta podía quedarme ahí después de las nueve de la noche.

Empecé a frecuentarla, la busqué, me gustaba mucho. Yo no creía que ella pudiera ser mi mujer, así que tomé la salida la fácil y viví con ella sólo momentos intensos.

Cada encuentro la pasión aumentaba, cada día la admiraba más, cada vez la quería tener más cerca, entonces dejamos que pasara lo que fuera y una noche de verbena, nos fuimos a consumar nuestro amor.

Cuando llegué a casa de Margarita, no tenía cara para decirle la verdad, no podía ni pensar, ella no se imaginaba que iba a romper nuestro compromiso. ¿Cómo le decía, “Margarita, voy a tener un hijo con Delfina”?

Decidí mentirle, inventé que me iría a Estados Unidos, le pedí que me esperará unos años, que la llamaría al volver, y traería dinero para ponerle una casa, para mandar a nuestros hijos a estudiar, para llevarla de paseo, para comprarle vestidos.

Ella me creyó, me acompañó hasta la estación de Cuautla, en un papelito anotó su nombre y su teléfono con letra cursiva, tinta negra y me lo entregó. Le besé la mejilla izquierda, como lo hace un traidor, abordé el tren y me fui a la capital. Nunca más la volví a ver.

En la capital me esperaba Delfina con su madre… ahí nos casamos un 12 de noviembre y entonces naciste tú, ella escogió tu nombre: Rosario.

A pesar de todos estos años la única mujer que amé, amo y amaré será Margarita.


III
Mi tía no dijo nada. Salió de la casa y empezó a pensar a su madre. El abuelo confesó su verdadera historia, aceptó que lloró por ella toda su vida, que regresaba a la estación de Cuautla, donde ella lo dejó y ahí lloraba, lloraba, lloraba y se tragaba el dolor que después de 60 años contó.

Rosario guardó el secreto por un tiempo, la tarde que el abuelo murió llovía, mi tía lloraba y contaba la historia de amor y de traición de mi abuelo. Ella se asumía como la causa que desató el comienzo de esta familia.

Con lágrimas, voz entre cortada y un dolor terrible reclamaba ¿Cómo pudo decir eso el cabrón? mi madre siempre le fue fiel, le dio 8 hijos, le aguantó todas sus chingaderas, sus mujeres… y sale con su pendejada a los 81 años, “se tuvo que casar por mi culpa”, ¡¡¿no la quiso nunca?!!. ¡¡¿amaba a otra?!!

No sabemos si mi abuela, doña Delfina supo alguna esta historia, no sé si tenía idea o vivió engañada. Del abuelo encontramos medios hijos de él y por consecuencia medios nietos, a los cuales recibimos con cariño.

Pero hablar de Margarita… no era un buen tema.


IV
La tarde que el abuelo murió la lluvia no cesó, durante el entierro caían gotas pequeñas, delgadas, pero sin pausa.

Esa tarde, estábamos alrededor de la tumba de los abuelos 8 hijos, 45 nietos y 10 bisnietos, 3 medias hijas, 1 medio hijo, 7 medios nietos y un medio bisnieto. El abuelo se fue rodeado de su familia…

Todos estaban en los carros, tuve que regresar a la tumba para ubicar el lote y mandar poner una nueva placa al día siguiente. Mientras caminaba vi acercarse a la tumba a una mujer alta, delgada, muy vieja, muy guapa, de cabello rizado y nariz pequeña… llegué y nuestras miradas se cruzaron.

Ella lloraba, tenía los ojos cafés, la mirada apagada, casi no podía hablar, cayó de rodillas sobre la tumba y puso una foto… ¡era ella!, ¡era él!, ¿ella lo había esperado?, ¿ella estaba ahí?, él estaba enterrado junto a mi abuela y ella le llevaba una fotografía vieja y amarilla... eran ella y el abuelo de jóvenes.

Ella era Margarita.